Nadando por la vida


Consejos, trucos y reflexiones de un recordman del mundo de natación
-Libro NO editado-
Publicación quincenal de capítulos en este blog

31 de mayo de 2011

12. Natación y aprensión

Alfredo Joven


Desde bien pequeño estuve relacionado con el agua, pero a los 16 años comencé, de manera más o menos formal, a enseñar a nadar. Mi relación con el medio casi siempre fue muy agradable, afectiva incluso, pero poco a poco descubres que no es así para todo el mundo. Recuerdo una vez -en un curso de verano- en el que vino una persona, un hombre de mediana edad; quería aprender a nadar. En principio eso era normal, el hecho extraño es que aquel cursillista no era de la zona, venía de bastante lejos para realizar el curso y, además, en aquel grupo era el único hombre. A principios de los años 80 todavía, en muchas localidades, lo de la natación para los adultos no estaba muy extendido. Ramón era el nombre de nuestro protagonista inscrito y decidido a aprender a nadar.
El primer día que lo tuvimos en clase apenas pudo familiarizarse, fue incapaz de meter medio cuerpo en el agua. Él quería pero aquello le repelía, lo veíamos sufrir y no pudimos resistir preguntarle por esa obsesión en el aprendizaje de la natación cuando era evidente que tenía mucho miedo al agua. Él respondía con frases como “he pasado por malas experiencias”, reconocía que el agua le daba miedo pero que era su obligación aprender, que en realidad era un compromiso y debía cumplirlo. Estas respuestas nos parecían extrañas pues su intención no era acceder al cuerpo de bomberos o de algún organismo o institución que tuviera como requisito superar pruebas de natación, por lo que era realmente sorprendente, intrigante e incluso preocupante cuando le veías casi llorando en el momento que intentaba soltarse del borde de la piscina. Yo le invitaba a salir y a descansar, y había ocasiones en las que padecíamos más los monitores que él mismo por no saber el motivo de su tristeza y de sus reacciones.

Un día decidimos intentar descubrir sus temores de otra manera, con otra estrategia y, al acabar la clase, le pedimos por favor si podía quedarse a echar un vistazo a unas ventanas de aluminio que teníamos, pues él era instalador de carpintería de aluminio. Aprovechamos el momento para -una vez fuera del recinto- entrar al problema. ¿Qué pasa Ramón? Y no nos digas cosas a medias, por favor queremos que te sientas bien... él, por fin, viendo que nosotros sufríamos nos dijo: me he propuesto que mis hijos aprendan a nadar y quiero enseñarles yo, pero primero debo superar mis miedos y mi propia historia.- ¿Tu historia?, preguntamos. Pues sí, respondió, cuando yo tenía seis años caí en el canal de mi pueblo jugando con mi hermano y él se tiró para salvarme y no sé cómo ocurrió pero él se ahogó y yo no.
A Ramón se le humedecían los ojos. Treinta años después se sentía culpable de algo que no tuvo que ver con él y siempre tuvo odio al agua hasta que tuvo hijos y pensó que aquello no podía volver a ocurrir. Su objetivo era aprender a nadar y sabiendo que podría estar cerca de sus hijos enseñarles correctamente y evitar una desgracia igual. El recuerdo de su hermano era el tormento, el trauma pero, también, el estímulo para ello.
Nosotros nos quedamos mudos, nos miramos y no supimos que decir. Finalmente, al día siguiente, le propusimos un horario diferente con un trabajo mucho más personal y, poco a poco, fue superando sus temores que se somatizaban profundamente en el agua. Al final del verano ya nadaba sólo y su actitud y carácter habían cambiado. A principios de septiembre nos dijo “creo que he vencido y me he reconciliado con el agua. También me he dado cuenta de que no soy el más indicado para enseñar a mis hijos y voy a llevarles donde estéis vosotros haciendo clase. Yo iré a jugar con ellos, pero ellos deben aprender con expertos”.
Y así fue, sus hijos, niño y niña, aprendieron aquel invierno e incluso la hija llegó a dedicarse durante algún tiempo a la natación de competición.
Lo veíamos cuando llevaba a su hija a nadar y siempre que podía nos recordaba su odio primario y posterior amor al agua. Como el amante despechado había querido volverle la espalda y después, con voluntad indomable, regresar y redescubrir aquello que había escondido bajo un grueso manto de dolor y de recuerdos tristes para descubrir la belleza y la sonrisa de sus propios hijos y poder jugar con ellos en el líquido elemento.

Si no chocamos contra la razón nunca llegaremos a nada.
Albert Einstein



17 de mayo de 2011

11. El Waterpolo no destruye nadadores

He tenido que oír en estos largos y dilatados años de mi etapa como nadador absoluto de élite, como entrenador de nadadores de categorías, como jugador de waterpolo y como nadador máster, una afirmación muy gratuita entre los nadadores, nadadoras y determinados padres y familiares, supongo que impulsada por algún entrenador que no habría tenido experiencias positivas con el waterpolo y no conoce los beneficios de este gran deporte. La frase en cuestión viene a ser algo así: No hagáis waterpolo, porque destruye la natación, porque altera los estilos. ¡FALSO!. Dejarme que lo diga alto y claro: Es rotundamente falso!.
El waterpolo, como sabéis es un deporte de equipo acuático, en el que los jugadores deben nadar. Y cada día deben de nadar mejor, porque la velocidad de desplazamiento es muy importante, y porque lo más importante de cualquier deporte de equipo con portería, es marcar gol. Y para marcar gol, alguien tiene que desmarcarse, y para desmarcarse hay que nadar muy rápido y técnicamente bien. No hay otra ley. Por eso, la permeabilidad entre el waterpolo y la natación debería ser constante en las etapas de educación física y acuática (de los 8 a los 15 años, aproximadamente).
El waterpolo enriquece a la natación, perdón enriquece al nadador. Y lo justificaré.
El waterpolo consta de unos 60 gestos técnicos. Crol, braza, espalda, pies de bicicleta, agarre y armado de balón, pase frontal, pase lateral, pase de revés, pase de palmeo, recepciones a la mano, al agua, arrancada, parada, salto, giro, equilibrio, protección de balón, lanzamiento frontal, con bote, sueco, boszi, de revés, horizontalizado, de cuchara, finta de lanzamiento, finta con giro, finta lateral, finta con autopase, presión y agarre al adversario, control al adversario, desplazamientos en posición horizontal en ataque y defensa, interceptaciones, anticipaciones, etc. He querido citar, sólo, unos cuantos gestos técnicos para que se pueda valorar la complejidad técnica individual que presenta este deporte acuático.
Sigo defendiendo que un buen deportista del medio acuático es aquel que domina completamente el medio acuático, que está perfectamente adaptado a él y que es capaz de dominar las máximas técnicas posibles. Eso le enriquecerá motrizmente y le aportará muchos recursos en el deporte que, finalmente, elija.
Pero no. Hay personas y profesionales que no lo quieren entender. Que quieren separar y trazar una línea perfectamente clara entre un deporte y otro. Que no exista permeabilidad. Y que a los 15 o 16 años, cuando el nadador ya está aburrido de entrenar tantos metros, y ve que los topes regionales, nacionales o mundiales están tan lejos, deja la natación hastiado y no está en condiciones -ya- de poder hacer otro deporte acuático, o de poder hacer waterpolo, porque ya llega tarde.
La natación, desgraciadamente para nosotros, sólo tiene 10 técnicas. Salida, salida de espalda, crol, braza, mariposa, espalda, viraje de crol, viraje a dos manos, deslizamiento y llegada. Puede haber alguna cosita más, soy consciente. Pero poco más. Todo termina aquí. No se puede comparar la alta riqueza motriz del waterpolo con el justito aprendizaje motriz que representa la natación. La permeabilidad está clara y el que no la quiera aceptar es corto de miras o es que cree que todos los nadadores y nadadoras emigrarán al waterpolo. FALSO!. Por eso debe de existir una buena dirección deportiva en el club que permita la decisión de qué deportistas deban realizar el deporte de la natación y qué deportistas deban ser waterpolistas. Porque todos los entrenadores de categorías ya sabemos, casi con toda exactitud, cuántos (pocos) nadadores y nadadoras llegarán lejos y cuántos (muchos) no llegarán. Lo sabemos. Lo saben.
¿Porqué algunos aún se siguen mirando el ombligo?
Existen muchos casos de permeabilidad en la historia del medio acuático. Me gustaría citar alguna.
Manel Estiarte. El mejor jugador del mundo que el waterpolo ha creado. Como dice Josep Claret, que lo conoce bien: Era el Dalí del waterpolo, un genio.
Tuve la fortuna de entrenar con él en mi época de portero de waterpolo del CN Barcelona, en la que quedamos muchos años campeones de Liga y en 1981, campeones de Europa de campeones de Liga y de la Supercopa. Fue un placer entrenar con él y experimentar lo difícil que era pararle un balón en los entrenamientos, a este gran jugador.
Una de las anécdotas fue la siguiente. En el campeonato de España de Natación (en Madrid, creo recordar) el campeón de España de 100 m libres (piscina de 50) había ganado la prueba en línea con 54 segundos y pico. En las pruebas de relevos de 4 x 100 m libres, el CN Manresa, equipo al que pertenecía Manel, antes de fichar por el CN Barcelona, estaba inscrito en la prueba de relevos, pero uno de los relevistas enfermó. Llamaron a Manel para poder nadar el relevo. Él se desplazó, ese mismo día de Barcelona a Madrid, para nadar y ayudar a su equipo. Fue la mejor marca y nadó por debajo de la marca del campeón de España (en posta interna), pero da igual, sin prepararse mentalmente, sin depilarse, viajando el mismo día, apenas sin calentar. Un superclase. Todos nos susurrábamos eso en el campeonato. Era la comidilla, la anécdota curiosa.
Manel, cuando ya entrenaba y jugaba en el CN Barcelona, le había visto hacer marcas de escándalo. Kalman Markovits, uno de los mejores entrenadores del mundo de waterpolo, en esa década de los 70 y 80, nos hacía unos test de velocidad los sábados por la mañana. En estas tomas de tiempo habíamos visto nadar a Manel, los 100 m libres en la piscina corta de la Escollera, en 53.2 segundos. Por aquella época, eso era muy bueno, pero él -con su conocida humildad- no le daba importancia.

Otro nadador-waterpolista fue el gran Matt Biondi. Más jugador de waterpolo que nadador, Biondi reunía unas magníficas condiciones para la natación, aunque siempre se había inclinado más por el deporte de equipo que no por el individual. Entró a formar parte del equipo de natación de Walnut Creek, y más tarde de la Universidad de California-Berkeley, aunque dedicándose -como hemos dicho- más al waterpolo que a la natación, lo que le permitió -según él- adquirir aquella punta de velocidad que le permitió brillar años más tarde en la natación. En 1984, y viendo que en los encuentros “duales” interuniversitarios, conseguía buenas marcas en las pruebas cortas, se apuntó a los trials que clasificaban para los JJ.OO. que debían disputarse en Los Ángeles. La victoria del equipo USA en el 4 x 100 m libres, en aquellos Juegos (3:19.03) además del récord mundial, y teniendo en cuenta los 49.67 con los que había nadado el tercer relevo, animó a Matt a seguir con la natación, compaginándolo mientras pudo con el waterpolo, aunque, llegado el momento, no dudó en abandonarlo, para proseguir con mayores posibilidades su carrera de nadador. Termina la temporada como sexta mejor marca mundial de los 100 m libres, con los 50.23 de los trials. En Sidney-2000 fue campeón olímpico.

Se habla, también de Peter van den Hoogenband (vdh) que sus inicios fueron en el waterpolo holandés y luego decidió especializarse en la natación. Otro campeón olímpico.
Estoy completamente seguro, viendo las cargas que los grandes equipos de waterpolo realizan en la actualidad, que los waterpolistas de hoy, en las pruebas cortas de 50 o 100 m libres, la velocidad de nado es casi igual o superior que algunos nadadores de élite, siguiendo lo experimentado por Matt Biondi. Pero un nadador ha trabajado muy bien la salida y el deslizamiento, cosa que el waterpolista no. Y seguro que es ahí donde le saca la ventaja, porque nadando lo dudo.

El waterpolo es un entrenamiento complementario muy válido para el nadador y la nadadora. Aprende técnicas nuevas, mejora su fuerza, mejora la capacidad de cambiar de ritmos y mejora la velocidad. Y además se divierte…, cosa que a algunos les revienta.

Lo divertido es lo contrario de aburrido, no lo contrario de serio.
Gilbert Keith Chesterton

24 de abril de 2011

10. La Natación Master es un deporte para jóvenes, adultos y mayores. Es un deporte del club

La natación es un deporte de todos, es un deporte para todos.
En el momento que un nadador con 19 o 20 años (20 años en España) decide entrar en la categoría Máster está invirtiendo en un gran valor. Distinto al practicado en su época de nadador absoluto, en cuanto a exigencia, sesiones de entrenamiento, cargas de entrenamiento, competiciones, obligación de nadar unas pruebas determinadas, pasar tests aeróbicos de largas distancias, etc. Esto se termina al ingresar en la etapa Máster. Y puede ser una etapa muy fructífera. Estoy convencido que un gran nadador se formará entre los 20 y los 35 años (como luego argumentaré). Lo anterior sólo debe servir como proceso de adaptación al medio acuático en un rendimiento alto, pero tengo la certeza que antes de los 20 años se quieren quemar muchas etapas en España. Se quiere encontrar al gran nadador español, a la medalla olímpica antes de los 20 años. Y eso es casi imposible. Deberíamos invertir a largo plazo, deberíamos mimar a nuestros pocos nadadores y nadadoras algo más, deberíamos dejar que se divirtieran mucho más en el agua, para que amen el agua, para que vean en este deporte un futuro, una forma de vivir, un estilo de vida. Pero no, vemos que a los 19 años, como mucho, han desaparecido de la faz de las piscinas buena parte de toda una pléyade de nadadores con gran potencial en categorías infantiles, cadetes y juveniles de muchos clubes que, hartos de tantos metros, se despiden aburridos de este deporte, saliendo por la puerta de atrás. ¡Qué lástima!
Y observamos que, en la categoría premáster (20-24 años), los nadadores y nadadoras que participan son de un gran nivel y empiezan a ver las bondades de la natación. Encuentran en la Natación Máster un valor distinto al que tenían en la Natación Absoluta. Y deciden invertir.

Si los jóvenes adultos y velocistas (20 a 24 años y 25 a 29 años), pueden encontrar en este libro una forma distinta de trabajar que les permita coordinar sus quehaceres académicos, laborales, familiares y de ocio, estaremos invirtiendo en nuevos valores de la Natación y os puedo asegurar que podéis mejorar vuestros registros de hace pocos años y tener una vida muy sana. En términos generales, las primeras categorías máster en España no tienen un nivel de marcas relevante. Parece que los mejores registros aparecen a partir de la categoría +30, cuando estos nadadores y nadadoras parecen ya tenerlo claro y ha pasado un cierto tiempo de la saturación acuática de la adolescencia.
Si consultáis la tabla de récords màsters podréis observar como en nuestra primera categoría (+25), los registros no son tan notables como en la categoría +30. Es más, el 90% aproximadamente de los registros de +30 son mejores que los de las categorías anteriores, lo cual no tendría lógica, desde una perspectiva, digamos, evolutiva. Lo mismo sucede con la categoría premáster respecto a la de +30, pero la página de la RFEN no ofrece los récords de esa categoría +20.

En cambio, los adultos (+30 a +60) ya han encontrado el motivo de nadar. Empiezan a ser fieles a su deporte y si, deberes familiares con hijos pequeños o mayores y otras obligaciones laborales no lo impiden, es un grupo muy centrado en la Natación Máster. Espero también que este grupo de adultos, si son velocistas, vean que existe otra forma de prepararse, sin excesivas horas de dedicación e intentando conciliar todos los ámbitos de la vida.
Si consultáis la tabla de récords de la RFEN podréis ver, por regla general, una correcta regresión de marcas en relación a cada categoría, tanto en el género masculino como en el femenino.

Los adultos mayores (+65 a +95), son perfectamente conscientes que la Natación ya será un estilo de vida, una forma de vivir, de competir a gran nivel incluso, de hacer turismo, de sentirse vivos y admirados. Son el reflejo, la imagen y, para mí, el objetivo de la Natación Máster.
Y ojalá, estos tres grupos de nadadores y nadadoras (jóvenes adultos, adultos y adultos mayores) pudiéramos ser imagen y reflejo para la Natación Absoluta, y buscar fórmulas atractivas que permitieran que distintas generaciones pudieran nadar juntas, porque la natación es un deporte sin edades o si queréis, para todas las edades, muy educativo y muy sano.

Y es un deporte de club. ¿Cuántos clubes realizan esfuerzos para integrar la Natación Absoluta y la Natación Máster en España?. Porque en el resto de Europa esto no es un problema, pero en España, lo parece.
¿No somos nadadores y nadadoras del club, que defendemos sus colores y gritamos su nombre en las competiciones?. ¿No somos nadadores y nadadoras que vestimos la misma indumentaria deportiva? ¿No somos nadadores y nadadoras que asumimos las mismas reglas técnicas de un deporte que es el mismo?
¿Porqué las reticencias?
La Natación Máster es un deporte del club, no somos cuatro viejos que venimos a tirarnos al agua. Ahora ya venimos con récords continentales y con valores que transmitir a los niños/as y a los adolescentes. ¡Estamos aquí!

¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad.
Simone de Beauvoir

5 de abril de 2011

9. Natación y Estímulo

Magda Vives

Luís era un hombre sencillo, corriente, de los que pasa desapercibido entre las multitudes y sin más aliciente que su trabajo de informático que le apasionaba. Vivía en Barcelona, en un barrio pequeño, la Barceloneta, en un apartamento demasiado pequeño y en el que intentaba pasar las menos horas posibles. Cuándo lo hacía, siempre era para estar delante de la pantalla de su Mac. Sus días pasaban lentos excepto cuando estaba delante de un ordenador, ahí se le iba el mundo de vista y podía pasarse horas y horas “surfeando” por la red, descubriendo cosas que en otra época hubiera sido impensable descubrir y se sentía afortunado por poder hacerlo. A menudo sus comidas se limitaban a una pizza servida a domicilio y una coca-cola que tomaba “light” para sentirse menos culpable, aunque sabía que todo eso no era lo más adecuado para su salud. Se sentía atrapado en su cuerpo. Sabía que tenía que hacer algo para remediarlo pero estaba entrando en un círculo vicioso. Cuánto menos cosas hacía menos ganas tenía de hacerlas. Recordaba otras épocas, cuándo era mucho más joven, cuando practicaba su deporte favorito, la natación, en la piscina del Paseo Marítimo al lado del Hospital del Mar -parecía que habían pasado mil años- y que cuando se miraba en el espejo, veía un cuerpo atlético, esbelto y sin pizca de grasa. Eso ya no era así, desafortunadamente. Le dieron un verdadero susto cuando en la revisión médica de la empresa, al hacerle la analítica de rutina, le detectaron importantes alteraciones que ponían en peligro su salud y posiblemente su vida. Su tensión arterial era muy alta, el colesterol (el malo) se encaramaba a límites muy peligrosos. Su obesidad era manifiesta. La baja médica podía ser demasiado para un hombre como él, inquieto y a la vez pasivo, y se veía en la necesidad de hacer alguna cosa por él mismo e intentar el cambio de los hábitos cotidianos. Todavía tardó unos días en reaccionar, pero sin saber cómo, un día cargó con su bolsa de deporte y se fue a la piscina. Desgraciadamente aquel complejo deportivo de su adolescencia ya no existía, lo habían sustituido por otro, también al lado del mar, en el mismo barrio pero completamente distinto al antiguo. La piscina no tenía nada que ver, aunque nadar era una de las cosas que se le habían dado mejor en la vida y lo único que -físicamente- sabía coordinar con una cierta gracia. Le costó tanto, moralmente, llegar a la instalación que no sabía si iba a poder repetirlo en días posteriores. Cuando consiguió entrar en el bañador se sintió ciertamente avergonzado, se tapó con una toalla y salió decidido a meterse en el agua lo más rápido que le fuera posible para que nadie viera, por mucho tiempo, cómo había degenerado su cuerpo. Intentó nadar “veinticinco metros”, se dijo, a ver qué pasa. Cuando era joven y estaba en forma, el Estrecho de Gibraltar se le hubiera hecho mucho más llevadero que esos veinticinco metros que acabó con demasiada dificultad. Recuperó aire y suspiró. El primer paso estaba dado. Aún seguía pensando cómo iba a superar aquello cuando la vio. ¿Era ella? Hacía tanto que no la veía… pero su mirada no había cambiado. Aquellos ojos verdes… Ni siquiera se atrevió a saludarla. Además estaba seguro de que ella no le había reconocido. Sin saber cómo, volvió nadando -como pudo- hasta el otro lado, “cincuenta metros” -pensó- y sin detenerse, se fue al vestuario para regresar a casa. Durante ese día, el recuerdo de aquella mirada le animó y, por primera vez en muchos años, hizo planes de futuro. No sabía cómo pero tenía que superar aquella situación. Al día siguiente, sin recordar siquiera cómo había llegado, se encontró de nuevo en el agua. Esta vez se sintió un poco más ligero (tal vez por el hecho de poder volver a verla de nuevo) y, decidido a no contar las piscinas, nadó hasta que quedó exhausto. Nadó más de lo que se hubiera imaginado, se sentía bien. La estaba esperando y ahí estaba -de nuevo- ella. Notó un rubor y una sensación de bienestar en cuanto ella entró al agua. Sin saber cómo, siguió nadando, esperando ansioso llegar a la otra orilla para poder lanzarle una mirada escondida. Durante los siguientes días ocurrió prácticamente lo mismo. Intentaba acudir a piscina, más o menos, a la misma hora y cada día nadaba más y un poco más rápido y, aunque nunca se atrevió a dirigirse a ella ni siquiera en un tímido saludo, pudo comprobar que no hay nada como un buen estímulo para conseguir lo que pretendes. Saber que iba a verla cada día le empujaba a levantarse de la cama y hacer el esfuerzo cotidiano de hacer un ejercicio poco traumático para un obeso y comer más frutas, ensaladas y verduras. Desde que un día la había visto con otro hombre, su estado de ánimo cambió, pero siguió nadando, quizá esta vez para olvidar que nunca podría estar a su lado. María estaba con otro, eso le limitaba, pero le consolaba el hecho de que podía seguir viéndola. De una cosa sí que estaba seguro: Le estaba más agradecido a ella por su presencia y por sus miradas, que a otras muchas personas que le rodeaban. Le había ayudado mucho, aunque ella nunca lo sabría. Intuyó que estaba casada, era lógico después de tantos años, por lo que pensó que la relación era casi imposible, no iba a ser él quien destruyera su estabilidad emocional. Aún así siguió admirándola, observándola y, tal vez, deseándola día tras día…, durante un largo tiempo. Pasó casi un año para darse cuenta de los cambios, su cuerpo iba volviendo a la normalidad, los parámetros de la analítica de sangre se normalizaban y la revisión médica fue catalogada dentro de la normalidad y, lo que es más importante, él había recuperado su autoestima y su confianza. Se sentía capaz de cualquier cosa menos de hacer sufrir a aquella mujer tan bella de ojos verdes. Las cosas no cambiarían si dependía de él. No era sólo su forma física o su estructura actual, algo había cambiado en su forma de ser, en su manera de pensar, se sentía otra persona. Una gran frase le vino a la mente: “Hoy es el primer día del resto de mi vida”. Ya estaba preparado para la primera competición de esta nueva etapa: Su nueva vida.

23 de marzo de 2011

8. Natación e injusticia

Fernando Aláez
Mi vida deportiva vino marcada siempre por el sacrificio y la lucha diaria, ya que elegí desde que estaba en la categoría de promesa, la opción de compaginar mis estudios (hasta licenciarme en Ciencias Geológicas) con los entrenamientos y, posteriormente, con el trabajo, es decir que -al menos- ocho horas diarias las dedicaba, bien a estudiar, o bien a trabajar. Esto puede parecer algo bastante común pero teniendo en cuenta que siempre me encontraba en los puestos de pódium en mi época de nadador absoluto, reduce bastante el número de personas que alcanzábamos a tener ese nivel de organización en nuestras vidas.
Pero la época que más me ha marcado, el momento más importante en mi vida, fue cuando me sancionaron por dopaje, a los 19 años.

En un campeonato de España, el cual no estaba físicamente bien y todas las pruebas me salieron fatal por cierto, mi entrenador me dio un comprimido de Dinamin (un antigripal), ya que no me encontraba bien, acatarrado y con malestar general.
Nadaba, por la tarde, la final B de los 200 m mariposa (ni siquiera era la final A), para que os hagáis una idea de la poca lucidez de mi rendimiento en ese campeonato. Hice una buena carrera y gané dicha final. Por sorteo me tocó el control antidoping. El médico me preguntó qué había tomado y, naturalmente, le contesté el producto que me había dado mi entrenador. Me dijo: ¡qué has hecho!, esto da positivo y yo, incrédulo de mí dije: pues es lo que me han dado, no sé…, sin más. Resulta que el producto daba positivo cualitativamente -no cuantitativamente- con lo cual, con que hubiera trazas en la orina (aunque para que te provocara una mejora física debías tomarte una caja, cosa que no entiendo) era suficiente para que se declarase el positivo. Total, que mi entrenador se inculpó y, desde la federación me indultaron, sancionándolo a él.
Pasadas unas semanas, una alta institución superior revocó el indulto y me castigaron -definitiva pero injustamente- con 2 años de sanción. Recurrí la sanción varias veces. Me la llegaron a quitar de nuevo, pero me la impusieron otra vez, todo por cuestiones políticas que nunca llegué a entender y que sigo sin entender, a día de hoy.
Total, que absurdamente, estuve fuera de combate durante unos 2½ años, yo creo que los mejores de mi vida deportiva, por las marcas que hacía entrenando. Pero tuve que apretar los dientes y asumir algo que era y es, a todas luces, muy injusto. Pero sólo lo podía demostrar con el trabajo diario y con el sacrificio que me impuse para demostrar, tarde o temprano, que alguien se equivocaba.
Durante todo ese tiempo, y sintiéndome tan atacado, humillado y vilipendiado, me dije a mí mismo que, por mis cojones, que sigo entrenando para regresar de nuevo arriba. A raíz de todo esto, la gente empezó a hablar de mí, que si toda la vida me había drogado, que por eso ganaba desde crío..., y todas esas chorradas típicas de estas ocasiones que, gracias a Dios y por mi forma de ser, no me afectaban pero, sí me molestaba porque mis padres las tenían que oír. Ellos me pidieron que dejara de nadar y mi respuesta fue un NO rotundo.

El primer campeonato de España absoluto en el que regresé, y después de toda esta travesía en el desierto, pude conseguir dos medallas de bronce. La gente me ovacionó, me vino a ver el médico que me hizo el antidoping, el seleccionador nacional de ese momento se me acercó para aprobar y distinguir mi esfuerzo..., y un montón de compañeros me arroparon para felicitarme y reconocerme los huevos que le había echado por pasar todo ese calvario, ya no sólo en lo deportivo, sino sobre todo en lo psicológico, porque es muy duro entrenar sin objetivos a la vista, durante tanto tiempo.

Seguí unos años más en la natación absoluta (estando siempre entre los 3 mejores de España en mariposa y, siendo el único que podía estarlo tanto en las pruebas de 50, 100 y 200 m) hasta que por una lesión en la espalda y molestias en los hombros volví, de nuevo, al dique seco. Paralelamente a esto, en mi centro de trabajo, me propusieron ocupar un puesto de máxima responsabilidad y, por todo ello, tuve que dejar la natación absoluta.

Al año y medio de esta retirada ya me sentía recuperado de mis molestias en la espalda y empecé a contemplar la natación máster como una opción. A finales del 2007 y, poco a poco, reinicié la natación. Cada competición me motivaba más y, además, físicamente estaba mejor. No fue muy difícil recuperar, de nuevo, la fuerza, cambié mi inadecuada posición corporal gracias a un trabajo semanal con la fisioterapeuta y mi espalda, ahora, me lo agradece. Y así, he ido evolucionando hasta llegar donde estoy, sintiendo que no tengo límites y capaz de batir varios records del mundo. Gracias a que, por fin, he dado con la metodología de entrenamientos que me encaja con mi vida real y con el día a día que llevo.
Método en el que realizo alrededor de 4.000-4.500 m tres días por semana y unos 2.000-2.500 m los otros tres días por semana. Algún día puedo doblar entrenamientos, pero no es la norma, porque debo estar atento, fresco y concentrado para mis responsabilidades laborales. Y muchos estiramientos y trabajo de corrección postural para la espalda. Complemento este trabajo con una rutina de tonificación -en seco- con gomas Theraband que noto, personalmente, que me va muy bien para reforzar mis tendones y asegurar mis articulaciones. Y con esto tengo suficiente para demostrar que se pueden hacer mejores marcas a los 33 años que en mi época de nadador de alto rendimiento, entre los 18 y los 24 años. Y os pudo asegurar que tengo la sensación de estar en condiciones de seguir mejorando…

En estos últimos años he querido demostrar mi carácter de luchador tenaz y de no querer rendirme a la injusticia tal como mi padre quería (que en paz descanse) y, ahora, ojalá me viera -aunque estoy seguro que me está viendo desde ahí arriba- porque le hago muy feliz y, también, por mi madre que luchó junto a él durante 6 largos años que le duró el cáncer, habiéndole pronosticado los médicos sólo 3 meses de vida. Vivió 6 años, para que os hagáis una idea de cómo fue mi padre de luchador. Y todo para revelar su fuerza de vivir, su ánimo incansable y sus ganas de mostrar que es posible realizar todo aquello que creas que puedes hacer, (aunque la gente no te apoye). Todo, en esta vida, se tiene que hacer a base de esfuerzo personal y de tirar para adelante solo y, en mi caso, espero poder hacerlo hasta que me muera.

El registro logrado en los Campeonatos de Catalunya Máster de Sabadell-2009 en 200 m mariposa (1.57.46), récord del mundo +30, (prueba en la que años atrás me castigaron injustamente por dopaje), es en memoria y recuerdo de mi padre.

La esperanza es la fuerza de la revolución.
André Malraux

10 de marzo de 2011

7. Natación y reconocimiento

Alfredo Joven
Estaba en Palma, impartiendo un curso sobre actividades acuáticas para personas con necesidades especiales. En el curso había un grupo de participantes que eran técnicos acuáticos y fisioterapeutas. Para realizar el curso con una cierta aplicación práctica, solicitamos la posibilidad de contar con un grupo de personas que tuvieran algunas de las discapacidades que teníamos que trabajar en este curso formativo. En una de las sesiones tuvimos la suerte de poder realizar estas actividades prácticas con un grupo de personas con parálisis cerebral. Éramos dos los profesores e hicimos grupos por características afines. Intentamos aplicar algunas consignas que habíamos trabajado, teóricamente, en el aula.
En mi grupo, había un chico de 12 años con un grado de parálisis cerebral que implicaba algunos problemas del habla, alteraciones motrices y cierto nivel de espasticidad. Dicho niño, al que llamaré Joan, era asiduo a los programas acuáticos y, con una gran sonrisa, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario en aquella clase -más demostrativa- que de curso normal. Él disfrutaba en el agua y se notaba que era uno de los momentos especiales del día: ir a la piscina.
Durante la sesión me dijo, a su manera, que quería bucear. A raíz de ello cambié -un poco- el trabajo previsto y nos pusimos a trabajar sobre el control de la cabeza, la coordinación somera de la respiración, los desplazamientos asistidos y buscamos, finalmente como objetivo, poder sumergirse y desplazarse con una cierta autonomía.
Durante un buen rato, Joan hacía lo que yo le proponía aunque le dejara algún momento para atender a los otros tres alumnos o comentar con los participantes del curso algunos de los elementos técnicos que llevábamos a cabo. Joan seguía trabajando individualmente. Cuando yo me puse con él, de nuevo, seguimos trabajando en el control respiratorio, seguía acompañándole en la realización de los ejercicios -algunos algo complicados- e insistimos en varios ejercicios que no acababa de coordinar, hasta que dimos la sesión por terminada. Finalmente, nos quedamos él y yo en la piscina, para finalizar la sesión demostrativa a los alumnos del curso y conseguimos que Joan llegara al fondo de la piscina. Se encontraba tan a gusto que no quería salir del agua…, y seguía practicando…, y seguía buceando. Al final, su padre, consiguió convencerle que ya era hora de irse a casa.

Todos los participantes se fueron al vestuario a ducharse y cambiarse. Los alumnos invitados se marcharon a sus casas y los profesores del curso continuamos con los contenidos teóricos durante dos horas más en el aula.
Al salir de clase, en la recepción de la piscina y sentados, esperaban Joan con su padre. Cuando me vieron, se levantaron los dos y se acercaron. El padre me dijo: "Profesor, Joan le ha estado esperando porque no quiere irse a casa hasta que le pueda decir algo". Bien -respondí- y, sonriente, me giré hacia Joan. El muchacho, con una mala vocalización pero de forma bastante clara y muy comprensible, me dijo: profe, hoy soy muy feliz porque ya llego al fondo y ahora sí que puedo ir con mis amigos al mar y hundirme como ellos, ¡muchas gracias!
Me quedé en silencio, me quedé mudo, se me hizo un nudo en la garganta y dejé correr unas lágrimas que me saltaron de la emoción. Joan se giró y agarrado de la mano de su padre, con un gesto característico de estas personas, se fue orgulloso de haber dicho aquello...
Lo que él no sabe ni supo nunca, es que a mí sí me hizo feliz de verdad, porque dio el valor real a esta profesión, me permitió sentirme útil y en ese medio que nos llena de muy diversos modos, consiguió que pudiera ir con sus amigos a disfrutar de los fondos marinos, de ese mundo donde realmente eres libre y muchas discapacidades dejan de serlo...
Gracias a ti, Joan.

Amor significa colocar la propia felicidad en la felicidad de los otros.
Pierre Teilhard de Chardin

20 de febrero de 2011

6. Natación y sufrimiento

El día que acudieron a visitarme, los padres estaban algo asustados. Su cara expresaba la necesidad de aferrarse a cualquier flotador que pudiera evitar la intervención quirúrgica de Cristina. Ella había cumplido los 10 años de edad, y era menuda, delgadita y muy tímida. Tenía una escoliosis importante. Su desviación dorsal alcanzaba los 45º y la lumbar 36º. Era una escoliosis en S. Escoliosis dorsal derecha y lumbar izquierda, como pude comprobar en las numerosas radiografías que aportaban. Los padres manifestaban la idea de encontrar algún método que evitara la intervención quirúrgica, única indicación que había pronosticado el traumatólogo. Pero ellos argumentaban que la niña era pequeña y que las intervenciones dejaban la columna muy anquilosada, muy rígida. Les preocupaba que la niña se quedara pequeña (bajita) y encorvada tal como les habían advertido los equipos médicos visitados. Buscaban, desesperadamente, evitar la intervención aunque las posibilidades de que se realizara eran muy viables, habida cuenta de la importancia de los grados de desviación. Tras explorarla, pude comprobar que su nivel de rotación vertebral empezaba a ser relevante y se insinuaba una cierta prominencia (giba) en la zona dorsal derecha. Medía 135 cm. El corsé de Milwaukee que llevaba hacía mella en sus caderas y en la barbilla. Ella, con sus ojos, me expresaba su voluntad tácita de evitar el quirófano. Estaba, ciertamente, atemorizada.
Era evidente que el pronóstico del traumatólogo era cierto. Lo más indicado era la intervención quirúrgica a medio plazo, al cabo de uno o dos años, a lo sumo. Pero tenían que esperar a que apareciera la primera regla y valorar -entonces- la evolución de la curva vertebral.
Los padres sabían que era profesor de Rehabilitación deportiva en el INEFC, que tenía cierta experiencia con las escoliosis y que el medio acuático podía plantear mejoras en las desviaciones, sin que -por ello- pudiéramos hablar de curaciones. Cristina tenía una curvatura complicada. Les comenté que podíamos trabajar en el medio acuático mientras su traumatólogo valoraba programar la intervención después de aparecida la regla. Se agarraron como clavo ardiendo a la propuesta.

Empezamos a trabajar en piscina profunda y poco profunda en un mes de octubre de 1988. En piscina profunda, trabajaba con los monitores de la piscina en el aprendizaje correcto y perfectamente simétrico de los estilos. Venía los cinco días de la semana. Los martes me encargaba de supervisar el trabajo de Aquaterapia en la instalación, íbamos a la piscina poco profunda y empezamos -muy progresivamente- a realizar ejercicios correctores. Por lo tanto, trabajaba cinco días a la semana en la técnica de estilos y uno de esos días suplementaba una sesión de 40 minutos más, con ejercicios específicos. Cristina lo empezaba a tener claro, acudía con una gran ilusión y era muy disciplinada en la realización de los ejercicios. Intentaba hacerlo lo mejor posible y mejorar su condición física y técnica.
Al cabo de cuatro meses de estar realizando este trabajo, le apareció su primera regla. Decidimos intensificar los ejercicios, porque ahora aparecía la etapa de crecimiento y desarrollo más peligrosa para su columna vertebral, debido a que la entrada masiva de estrógenos podía generar un empeoramiento de la desviación, por las consecuencias que provoca en el metabolismo óseo. A partir de este momento, el trabajo específico se radicalizó y pasamos a trabajar, en la piscina poco profunda, con arnés y ejercicios asimétricos para intentar contracurvar su columna vertebral, en busca de la corrección. Los ejercicios eran muy duros, y ella -aún- una criatura. El primer día de trabajo con arnés salió llorando del agua por la dureza de los ejercicios, pero no se quejó. Seguimos trabajando, se ampliaron las sesiones de trabajo a ocho sesiones a la semana, y convertimos el método de carga en un programa de entrenamiento como si fuera de alto rendimiento. Cristina venía a nadar con el grupo de natación cinco días, donde ya incorporaba ejercicios específicos cuando hacía el trabajo de pies o el estilo de espalda, por ejemplo, y ampliaba tres sesiones más a la semana con trabajo específico en la piscina poco profunda, (martes, jueves y sábado).
A finales de abril, tuvo nuevas radiografías y asistimos al pequeño milagro. La curva dorsal se había reducido a 40º y la curva lumbar, que la habíamos trabajado poco, estaba por debajo de los 35º. Fue un soplo de aire fresco para todos. Cristina vio claro que el esfuerzo empezaba a tener su recompensa y que este podía ser el camino. Su traumatólogo no les dio esperanzas, la intervención quirúrgica era cuestión de meses, porque la curva -según él- empeoraría. Pero Cristina no se dio por vencida, y los padres ayudaron en todo lo humanamente posible. Los técnicos y la coordinación de la instalación se volcaron en ella, como si fuera el ídolo, la figura deportiva de la piscina. La mimaban, la cuidaban pero la hacían trabajar duro y le exigían que continuase mejorando físicamente con nados y trabajos subacuáticos. Objetivos que yo marqué como muy determinantes, también. Yo tampoco tenía claro que el trabajo específico en una escoliosis con estos grados de desviación, pudiera llegar a dar buenos resultados, pero teníamos que cubrir todas las facetas, la de la condición física, la del desarrollo respiratorio, la del crecimiento y la de la reducción de la curva. Trabajábamos en todos los frentes y lo teníamos claro todos. Hasta en la época estival seguíamos trabajando en la piscina que tenían sus padres en la casa de verano. Sin descanso, sin parones. Seguimos trabajando duro, en esta línea, los siguientes meses y años, y la capacidad de sacrificio, su manera de tolerar el sufrimiento y la voluntad de Cristina fueron determinantes en el resultado final.

Cristina, al llegar a los 18 años, medía 175 cm, muy por encima de las previsiones que todos le habían pronosticado, con un desarrollo de su caja torácica increíble y lo más importante es que su curva dorsal había quedado en 34º y la lumbar en 29º. Cristina no quiso nunca operarse y los padres la apoyaron. Aparentemente, vista de espalda, no se le nota apenas, su desviación debido al gran desarrollo que la natación le ha provocado. Pero, a la exploración, se nota -aún- su curva, aunque la rotación vertebral no es muy manifiesta y persiste una ligera prominencia en su zona dorsal derecha, que no se podría etiquetar de giba o joroba.

Cristina tiene 32 años. El verano pasado de 2010 tuvo su primera hija y quiso seguir nadando hasta el último día. Eran casi las diez de la noche cuando, al salir de mi entrenamiento diario en la instalación de su ciudad, la vi en la piscina nadando. Nos fundimos en un caluroso y fraternal abrazo. Casualmente, aquella noche, rompió aguas. La niña se llama Mar.

La vi muy feliz.

Es un privilegio haber vivido esta vida después de tanto sufrimiento.
Indira Ghandi