Nadando por la vida


Consejos, trucos y reflexiones de un recordman del mundo de natación
-Libro NO editado-
Publicación quincenal de capítulos en este blog

20 de febrero de 2011

6. Natación y sufrimiento

El día que acudieron a visitarme, los padres estaban algo asustados. Su cara expresaba la necesidad de aferrarse a cualquier flotador que pudiera evitar la intervención quirúrgica de Cristina. Ella había cumplido los 10 años de edad, y era menuda, delgadita y muy tímida. Tenía una escoliosis importante. Su desviación dorsal alcanzaba los 45º y la lumbar 36º. Era una escoliosis en S. Escoliosis dorsal derecha y lumbar izquierda, como pude comprobar en las numerosas radiografías que aportaban. Los padres manifestaban la idea de encontrar algún método que evitara la intervención quirúrgica, única indicación que había pronosticado el traumatólogo. Pero ellos argumentaban que la niña era pequeña y que las intervenciones dejaban la columna muy anquilosada, muy rígida. Les preocupaba que la niña se quedara pequeña (bajita) y encorvada tal como les habían advertido los equipos médicos visitados. Buscaban, desesperadamente, evitar la intervención aunque las posibilidades de que se realizara eran muy viables, habida cuenta de la importancia de los grados de desviación. Tras explorarla, pude comprobar que su nivel de rotación vertebral empezaba a ser relevante y se insinuaba una cierta prominencia (giba) en la zona dorsal derecha. Medía 135 cm. El corsé de Milwaukee que llevaba hacía mella en sus caderas y en la barbilla. Ella, con sus ojos, me expresaba su voluntad tácita de evitar el quirófano. Estaba, ciertamente, atemorizada.
Era evidente que el pronóstico del traumatólogo era cierto. Lo más indicado era la intervención quirúrgica a medio plazo, al cabo de uno o dos años, a lo sumo. Pero tenían que esperar a que apareciera la primera regla y valorar -entonces- la evolución de la curva vertebral.
Los padres sabían que era profesor de Rehabilitación deportiva en el INEFC, que tenía cierta experiencia con las escoliosis y que el medio acuático podía plantear mejoras en las desviaciones, sin que -por ello- pudiéramos hablar de curaciones. Cristina tenía una curvatura complicada. Les comenté que podíamos trabajar en el medio acuático mientras su traumatólogo valoraba programar la intervención después de aparecida la regla. Se agarraron como clavo ardiendo a la propuesta.

Empezamos a trabajar en piscina profunda y poco profunda en un mes de octubre de 1988. En piscina profunda, trabajaba con los monitores de la piscina en el aprendizaje correcto y perfectamente simétrico de los estilos. Venía los cinco días de la semana. Los martes me encargaba de supervisar el trabajo de Aquaterapia en la instalación, íbamos a la piscina poco profunda y empezamos -muy progresivamente- a realizar ejercicios correctores. Por lo tanto, trabajaba cinco días a la semana en la técnica de estilos y uno de esos días suplementaba una sesión de 40 minutos más, con ejercicios específicos. Cristina lo empezaba a tener claro, acudía con una gran ilusión y era muy disciplinada en la realización de los ejercicios. Intentaba hacerlo lo mejor posible y mejorar su condición física y técnica.
Al cabo de cuatro meses de estar realizando este trabajo, le apareció su primera regla. Decidimos intensificar los ejercicios, porque ahora aparecía la etapa de crecimiento y desarrollo más peligrosa para su columna vertebral, debido a que la entrada masiva de estrógenos podía generar un empeoramiento de la desviación, por las consecuencias que provoca en el metabolismo óseo. A partir de este momento, el trabajo específico se radicalizó y pasamos a trabajar, en la piscina poco profunda, con arnés y ejercicios asimétricos para intentar contracurvar su columna vertebral, en busca de la corrección. Los ejercicios eran muy duros, y ella -aún- una criatura. El primer día de trabajo con arnés salió llorando del agua por la dureza de los ejercicios, pero no se quejó. Seguimos trabajando, se ampliaron las sesiones de trabajo a ocho sesiones a la semana, y convertimos el método de carga en un programa de entrenamiento como si fuera de alto rendimiento. Cristina venía a nadar con el grupo de natación cinco días, donde ya incorporaba ejercicios específicos cuando hacía el trabajo de pies o el estilo de espalda, por ejemplo, y ampliaba tres sesiones más a la semana con trabajo específico en la piscina poco profunda, (martes, jueves y sábado).
A finales de abril, tuvo nuevas radiografías y asistimos al pequeño milagro. La curva dorsal se había reducido a 40º y la curva lumbar, que la habíamos trabajado poco, estaba por debajo de los 35º. Fue un soplo de aire fresco para todos. Cristina vio claro que el esfuerzo empezaba a tener su recompensa y que este podía ser el camino. Su traumatólogo no les dio esperanzas, la intervención quirúrgica era cuestión de meses, porque la curva -según él- empeoraría. Pero Cristina no se dio por vencida, y los padres ayudaron en todo lo humanamente posible. Los técnicos y la coordinación de la instalación se volcaron en ella, como si fuera el ídolo, la figura deportiva de la piscina. La mimaban, la cuidaban pero la hacían trabajar duro y le exigían que continuase mejorando físicamente con nados y trabajos subacuáticos. Objetivos que yo marqué como muy determinantes, también. Yo tampoco tenía claro que el trabajo específico en una escoliosis con estos grados de desviación, pudiera llegar a dar buenos resultados, pero teníamos que cubrir todas las facetas, la de la condición física, la del desarrollo respiratorio, la del crecimiento y la de la reducción de la curva. Trabajábamos en todos los frentes y lo teníamos claro todos. Hasta en la época estival seguíamos trabajando en la piscina que tenían sus padres en la casa de verano. Sin descanso, sin parones. Seguimos trabajando duro, en esta línea, los siguientes meses y años, y la capacidad de sacrificio, su manera de tolerar el sufrimiento y la voluntad de Cristina fueron determinantes en el resultado final.

Cristina, al llegar a los 18 años, medía 175 cm, muy por encima de las previsiones que todos le habían pronosticado, con un desarrollo de su caja torácica increíble y lo más importante es que su curva dorsal había quedado en 34º y la lumbar en 29º. Cristina no quiso nunca operarse y los padres la apoyaron. Aparentemente, vista de espalda, no se le nota apenas, su desviación debido al gran desarrollo que la natación le ha provocado. Pero, a la exploración, se nota -aún- su curva, aunque la rotación vertebral no es muy manifiesta y persiste una ligera prominencia en su zona dorsal derecha, que no se podría etiquetar de giba o joroba.

Cristina tiene 32 años. El verano pasado de 2010 tuvo su primera hija y quiso seguir nadando hasta el último día. Eran casi las diez de la noche cuando, al salir de mi entrenamiento diario en la instalación de su ciudad, la vi en la piscina nadando. Nos fundimos en un caluroso y fraternal abrazo. Casualmente, aquella noche, rompió aguas. La niña se llama Mar.

La vi muy feliz.

Es un privilegio haber vivido esta vida después de tanto sufrimiento.
Indira Ghandi

2 comentarios:

  1. No he pogut evitar emocionar-me al acabar de llegir l'article. Bona feina!!!! ;D

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  2. Yo soy operada de escoliosis y no sé, me está costando mucho aprender a nadar porque como ud dice, hay partes muy rígidas en la espalda. Ud cree que yo pueda aprender a nadar?
    Tengo los grados de escoliosis parecido al inicio de la chica que ud cuenta.. me operaron a los 12. Hoy tengo 32, y lo que hace la operación es que detiene el aumento de la curvatura. Mido 1.57... Y esa estatura me quedó desde que me operaron.
    Gracias.

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